Recuerdo que me lo pasó Juan Carlos cuando aún trabajaba en la empresa de traducción. De hecho, desde el primer momento me impresionó la belleza melancólica e intimista que transmitían sus canciones. Eran composiciones de alguien enamorado y desesperado, que sabía transmitir mediante el molde del arte todos sus conflictos. La belleza era el idioma con el que yo comprendía cómo se sentía su autor. Y encima, me encontraba en unas circunstancias personales parecidas. Estaba enamorado de Olga, mi mejor amiga desde hacía cinco años, y sentía la necesidad física de estar junto a ella, de ser para ella lo que ella era para mí. Olga, sin pretenderlo, logró que mis niveles de autoestima bajaran a unos niveles en los que ya hacía tiempo que no estaban (quizá desde la adolescencia), pero ahí tenía ese disco para acompañarme. Escuchar sus canciones era ver reflejada mi impotencia para conseguir mi mayor ideal, en aquel entonces Olga. Incluso la portada del disco es una imagen de ese sueño inalcanzable:
Se lo recomiendo a cualquiera. Es uno de mis diez discos favoritos de todos los tiempos.
Mañana hemos quedado con David. En un mensaje de móvil que me mandó hace poco ponía que tendríamos que haber ido todos a Ceuta, donde él ha estado de vacaciones. Me hace gracia, porque David se cargó las vacaciones que ya habíamos planeado desde hacía meses, y que consistían en alquilar entre los tres un apartamento en Murcia, junto a la playa. Tengo claro que nunca más voy a contar con él para planear ningún viaje, ya que le pierde su necesidad de tender hacia lo que sea más barato, sin que importe ninguna otra variable (tanto Ferran como yo sospechamos que se empeñó en cambiar a Ceuta porque un amigo le dejaba estar gratis en su casa). Al final se quedó solo en el viaje... y mañana supongo que nos explicará lo bien que se lo ha pasado y lo mucho que ha ligado. En fin, a veces me siento orgulloso de ser pasto de minorías.
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